lunes, 8 de agosto de 2016

Ofrenda Lirica (Gitanjali) - Rabindranaz Tagore

 

 Fragmentos escogidos

01

Fue tu voluntad hacerme infinito. Este frágil vaso mío tú lo derramas una y otra vez, y lo vuelves a llenar con nueva vida.
Tú has llevado por valles y colinas esta flautilla de caña, y has silbado en ella melodías eternamente nuevas. Al contacto inmortal de tus manos, mi corazoncito se dilata sin fin en la alegría, y da vida a la expresión inefable.
Tu dádiva infinita sólo puedo recogerla con estas pobres manitos mías.
Y pasan los siglos, y tú sigues derramando, y siempre hay en ellas sitio que llenar.

11

Deja ya esa salmodia, ese canturreo, ese pasar y repasar rosarios.¿A quién adoras, di, en ese oscuro rincón solitario del templo cerrado? ¡Abre tus ojos, y ve, tu Dios no está ante ti!
Dios está donde el labrador cava la tierra dura, donde el picapedrero pica la piedra ;está con ellos, en el sol y en la lluvia., lleno de polvo el vestido. ¡Quítate ese manto sagrado y baja con tu Dios al terruño polvoriento!
¿Libertad? ¿Donde quieres encontrar libertad? ¿No se ha atado. Él mismo, lleno de alegría a la Creación? ¡Sí, Él está atado a nosotros todos para siempre!
¡Sal ya de tu éxtasis, déjate ya de flores y de incienso! ¿Qué importa que tus ropas se manchen o se andrajen? ¡Ve a su encuentro, ponte a su lado, y trabaja, y que sude tu frente!

12

 ¡Cuánto tiempo dura mi viaje, y qué largo es mi camino! Salí en la carroza del primer albor, y caminé a través de los desiertos de los  mundos, dejando mi rastro por las estrellas infinitas.
La ruta más larga es la que sale más pronto a ti, y la más complicada enseñanza no  lleva sino a la perfecta sencillez de una melodía
El viajero tiene que llamar, una tras otra, a todas las puertas extrañas para llegar a  la suya; ha de vagar por todos los mundos de afuera, si quiere llegar al fin a su  santuario interior.
Mis ojos erraron por todos los confines antes de que yo los cerrara diciendo: "Aquí  estás". Y el grito y la pregunta: "¡Ay!, ¿dónde?", se derriten en las lágrimas de mil  raudales y ahogan el mundo con el desbordamiento de su "¡Yo soy!".

13

La canción que yo vine a cantar, no ha sido aún cantada.
Mis días se me han ido afinando las cuerdas de mi arpa; pero no he hallado el tono justo, y las palabras no venían bien. ¡Sólo la agonía del afán en mi corazón!
Aún no ha abierto la flor, sólo suspira el viento.
No he visto su cara, ni he oído su voz; sólo oí sus pasos blandos, desde mi casa, por el camino.
Todo el día interminable de mi vida me lo he pasado tendiendo en el suelo mi estera para él; pero no encendí la lámpara, y no puedo decirle que entre.
Vivo con la esperanza de encontrarlo; pero ¿cuándo lo encontraré? 

26

Vino, y se sentó a mi lado; pero yo no desperté. ¡Maldito sueño aquél, ay! Vino en la noche tranquila. Traía el arpa en sus manos, y mis sueños resonaron con sus melodías. ¡Ay!, ¿por qué se van así mis noches? ¿Por qué no lo veo nunca cuando su aliento está rozando mi sueño? 


29

Estoy llorando, encerrado en la mazmorra de mi nombre. Día tras día, levanto, sin descanso este muro a mi alrededor, y a medida que sube al cielo, se me esconde mi ser verdadero en la sombra oscura. Este hermoso muro es mi orgullo, y lo enluzco con cal y arena, no vaya a quedar el más leve resquicio. Y con tanto y tanto cuidado, pierdo de vista mi verdadero ser.

35

Permite, Padre, que mi patria se despierte  en ese cielo donde nada teme el alma,  y se lleva erguida la cabeza; donde el saber es libre; donde no está roto el mundo en pedazos  por las paredes caseras; donde la palabra surte de las honduras de la verdad; donde el luchar infatigable tiende sus brazos a la perfección;  donde la clara fuente de la razón no se ha perdido  en el triste arenal desierto de la yerta costumbre; donde el entendimiento va contigo  a acciones e ideales ascendentes...  
¡Permite, Padre mío,  que mi patria se despierte en ese cielo de libertad!

46

 No sé desde qué tiempos distantes estás viniendo a mí. Tu sol y tus estrellas no podrán nunca esconderte de mí para siempre.
¡Cuántas mañanas y cuántas noches he oído tus pasos! ¡Cuántas tu mensajero entró en mi corazón y me llamó en secreto!
Hoy, no sé por qué, mi vida está loca, y una trémula alegría me pasa el corazón. Es como si hubiese llegado el tiempo de acabar mi trabajo. Y siento en el aire no sé qué vago aroma de tu dulce presencia.

47

Se me ha pasado la noche esperándolo en vano. Tengo miedo, no vaya a venir, de pronto, con la mañana, a mi puerta, cuando yo me haya quedado dormido de cansancio. ¡Amigos, dejadle franco el camino, no le prohibáis que pase!
Si el rumor de sus pasos no me despertara, os ruego que no vayáis a despertarme. ¡Y ojalá no me despertara tampoco el coro gritón de los pájaros, ni el alboroto del viento en la fiesta de la luz del amanecer! ¡No me despertéis, aunque mi Señor venga de pronto a mi puerta!
¡Ay, sueño mío, precioso sueño, que sólo espera su roce para desvanecerse! ¡Ay, mis ojos cerrados, que se abrirían a la luz de su sonrisa, si él surgiera ante mí, como un sueño, de la oscuridad de mi sueño!
¡Que se aparezca él a mis ojos como la luz primera y la primera forma! ¡Que el primer estremecimiento de alegría le venga a mi alma amanecida de su mirar! ¡Que mi retorno a mí mismo sea volver de pronto a él! 

51

Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos, como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey de reyes.

Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.

La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin. Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: “¿Puedes darme alguna cosa?”

¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Y yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di.

Pero qué sorpresa la mía cuando al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para dártelo todo!


54

Nada te pedí; ni siquiera te dije mi nombre al oído. Y cuando te despediste, me quedé silenciosa.
Yo estaba sola junto al pozo, donde caía la sombra oblicua del árbol. Las mujeres se volvían a sus casas con sus cántaros morenos de barro rebosantes, y me gritaron: "¡Ven, que va a ser mediodía!". Pero yo me retardaba lánguidamente, perdida en vagos pensamientos.
No oí tus pasos cuando venías. Cuando me miraste, tenías tristes los ojos; y con qué fatigada voz me dijiste bajo: "¡Ay, qué sed tiene el pobre caminante!". Desperté sobresaltada de mis ensueños y eché agua de mi cántaro en tus palmas juntas... Las hojas se rozaban sobre nuestras cabezas, el cuco cantaba desde la sombra invisible, y de la revuelta del camino venía el perfume de las flores.
Cuando me preguntaste mi nombre, ¡me dio una vergüenza! Verdaderamente, ¿qué había hecho yo para merecer tu recuerdo? Pero el recordar que yo pudiera quitarte tu sed con mi agua, se me ha quedado en el corazón, y lo envolverá para siempre de su dulzura.
Ya pasó la mañana, el pájaro canta monótono, las hojas del árbol murmuran allá arriba. Y yo, sentada, pienso, pienso...

60

En las playas de todo el mundo se reúnen los niños. El cielo infinito, en calma, sobre sus cabezas; el agua impaciente se alborota. En las playas de todo el mundo, los niños se reúnen gritando y bailando.
Hacen casitas de arena y juegan con las conchas vacias. Su barco es una hoja seca que arrojan sonrientes en la vasta extensión del mar. Los niños juegan en las playas de todo el mundo.
No saben nadar; no saben echar la red. Mientras el pescador de perlas se sumerje por ellas y el mercader navega en sus barcos, los niños recogen piedricillas y vuelven a tirarlas. Ni buscan tesoros ocultos, ni saben echar la red.
El mar se alza en una carcajada, y brilla, pálida, la playa sonriente. Olas espumosas cantan a los niños baladas y arrullos, igual que una madre que meciera a su hijo en la cuna. El mar juega con los niños y, pálida, luce la sonrisa de la playa.
En las playas de todo el mundo, se reunen los niños. rueda la tempestad por el cielo sin caminos, los barcos naufragan en el mar sin rutas, anda suelta la muerte y los niños juegan. En las playas de todo el mundo, se reunen en una gran fiesta, todos los niños.

70

¿No es tuyo el alegrarte con el gozo de este ritmo, el ser mecido, perdido, destrozado en el torbellino de esta terrible alegría?.
Todas las cosas se precipitan incansables, sin volver los ojos; no hay nada que pueda sujetarlas; todas las cosas se precipitan.
Al compás de esa rápida música voluble, las estaciones vienen danzando y se van; y colores, armonías y perfumes se derraman, en cascada infinita, sobre esta alegría sin fin, que se abre, y se entrega, y muere a cada instante.

72

Es él, mi más íntimo él, quien despierta mi vida con sus profundas llamadas secretas.
El, quien pone este encanto en mis ojos; quien pulsa, alegremente, las cuerdas de mi corazón en su múltiple armonía de placer y de pesar.
El, quien teje la tela de esta maya con matices tornasoles de oro y plata, azul y verde; quien asoma por sus pliegues los pies, cuyo contacto me enajena.
Los días pasan, mueren los años, y él sigue moviendo mi corazón con mil nombres, con mil disfraces, en innumerables transportes de placer y de pesar.

98

Te adornaré con los trofeos y las guirnaldas de mi derrota. No es mío el escapar vencedor. Sé bien que se estrellará mi orgullo, que mi vida romperá sus cadenas, de tanto dolor, que mi corazón vacío sollozará fuera, melodioso como una caña hueca, que la piedra se derretirá en lágrimas. Sé bien que no quedarán siempre cerradas las cien hojas de un loto, que será descubierto el secreto escondite de su miel. Desde el cielo azul, un ojo me verá y me llamará en silencio. Nada quedará de mí, nada, y recibiré a tus pies la muerte completa.

99

Cuando yo tenga que dejar el timón, sabré que habrá llegado la hora de que lo tomes tú.
Lo que haya que hacer será hecho al punto. ¿A qué esta lucha? 
¡Pues quita ya las manos, corazón mío, y acepta calladamente tu derrota; considera qué suerte la tuya de quedarte tan bien, donde estás tan tranquilo!
Por encender mis lámparas, que apaga cada vientito, me olvido, una vez y otra, de todo lo demás.
Pero ya voy a hacer lo que debo, y esperaré a oscuras, en mi estera tendida en el suelo; y cuando tú quieras, Señor, ven callado, y siéntate conmigo.


103

Permite, Dios mío, que mis sentidos se dilaten sin fin, en un saludo a ti, y toquen este mundo a tus pies.
Como una nube baja de julio, cargada de chubascos, permite que mi entendimiento se postre a tu puerta, en un saludo a ti.
Que todas mis canciones unan su acento diverso en una sola corriente, y se derramen en el mar del silencio, en un saludo a ti.
Como una bandada de cigüeñas que vuelan, día y noche, nostálgicas de sus nidos de la montaña, permite, Dios mío, que toda mi vida emprenda su vuelo a su hogar eterno, en un saludo a ti.


 

No hay comentarios: