lunes, 4 de julio de 2016

Romance de la Pena Negra - Federico García Lorca


A José Navarro Pardo  

Las piquetas de los gallos cavan
buscando la aurora, 
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya. 

Cobre amarillo, su carne, 
huele a caballo y a sombra. 
Yunques ahumados sus pechos, 
gimen canciones redondas. 


Soledad, ¿por quién preguntas 
sin compaña y a estas horas? 
Pregunte por quien pregunte, 
dime: ¿a ti qué se te importa? 

Vengo a buscar lo que busco, 
mi alegría y mi persona. 
Soledad de mis pesares, 
caballo que se desboca, 
al fin encuentra la mar 
y se lo tragan las olas. 

No me recuerdes el mar, 
que la pena negra, brota 
en las tierras de aceituna 
bajo el rumor de las hojas. 

¡Soledad, qué pena tienes! 
¡Qué pena tan lastimosa! 
Lloras zumo de limón 
agrio de espera y de boca. 


¡Qué pena tan grande! 
Corro mi casa como una loca, 
mis dos trenzas por el suelo, 
de la cocina a la alcoba. 

¡Qué pena! Me estoy poniendo 
de azabache carne y ropa. 
¡Ay, mis camisas de hilo! 
¡Ay, mis muslos de amapola!

Soledad: lava tu cuerpo 
con agua de las alondras, 
y deja tu corazón 
en paz, Soledad Montoya.  

*  

Por abajo canta el río: 
volante de cielo y hojas. 
Con flores de calabaza, 
la nueva luz se corona. 
¡Oh pena de los gitanos! 
Pena limpia y siempre sola. 
¡Oh pena de cauce oculto 
y madrugada remota!

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