lunes, 25 de abril de 2016

Aubade o Alborada - Philip Larkin


 Trabajo todo el día y medio me emborracho por la noche.
Caminando a las cuatro hacia la sorda oscuridad, observo.
En un rato los bajos de las cortinas se iluminarán.
Entre tanto me entero de lo que siempre ha estado allí:
Muerte sin fin, hoy todo un día más cerca,
Volviendo imposible el pensamiento, excepto por cómo,
Y dónde y cuándo moriré.
Árida interrogación: y sin embargo, la angustia
De morir, y estar muerto,
Renueva el impacto horrible de sentirse atrapado.

La mente parpadea a la luz. No con resentimiento
—El bien no realizado, el amor no ofrecido, el tiempo
perdido— ni con tristeza porque
Una sola vida necesita tanto para trascender
Sus torpes comienzos, y acaso nunca lo logre.
Excepto frente al vacío eterno,
La segura extinción hacia la que viajamos
Donde nos perderemos para siempre. No estar aquí,
No estar en ninguna parte;
Y pronto. Nada más terrible, ni más verdadero.

Esta es una manera especial de tener miedo
Sin trucos. La religión solía intentar,
Ese brocado de música apolillada
Creada para pretender que nunca morimos,
Con esa cosa especiada que decía: Ningún ser racional
Puede temer una cosa que no va a sentir; sin darse cuenta
Que es precisamente lo que tememos —sin vista,
Sin sonido, sin tocar o probar u oler, nada qué pensar,
Nada qué amar ni qué relacionar,
La forma anestésica de donde nadie vuelve.

Y así se queda justo en el filo de la mirada,
Una pequeña mancha fuera de foco, un calosfrío persistente
Que ralentiza cada impulso hasta indecisión.
La mayoría de las cosas nunca van a suceder: pero esta sí
Y saberlo aviva el miedo cuando nos encuentra
Sin gente o sin alcohol. El valor de nada sirve:
Sólo para no asustar a los demás. La valentía
A nadie ha salvado de la tumba.
La muerte no distingue si suplicas o resistes.

Lentamente la claridad se acentúa, y la habitación toma forma.
Simple como un guardarropa, lo que sabemos,
Lo que siempre hemos sabido, aquello de lo que no podemos escapar,
Y tampoco aceptar. Debemos irnos.
Mientras tanto los teléfonos se agazapan, listos para sonar
En oficinas cerradas, y todo el mundo
Intrincado, indiferente y rentado comienza a levantarse.
El cielo es blanco como la cal, sin sol,
Hay trabajo por hacer.
Los carteros, como los médicos, van de casa en casa.

Aubade
Trabajo todo el día y medio me emborracho por la noche.
Caminando a las cuatro hacia la sorda oscuridad, observo.
En un rato los bajos de las cortinas se iluminarán.
Entre tanto me entero de lo que siempre ha estado allí:
Muerte sin fin, hoy todo un día más cerca,
Volviendo imposible el pensamiento, excepto por cómo,
Y dónde y cuándo moriré.
Árida interrogación: y sin embargo, la angustia
De morir, y estar muerto,
Renueva el impacto horrible de sentirse atrapado.

La mente parpadea a la luz. No con resentimiento
—El bien no realizado, el amor no ofrecido, el tiempo
perdido— ni con tristeza porque
Una sola vida necesita tanto para trascender
Sus torpes comienzos, y acaso nunca lo logre.
Excepto frente al vacío eterno,
La segura extinción hacia la que viajamos
Donde nos perderemos para siempre. No estar aquí,
No estar en ninguna parte;
Y pronto. Nada más terrible, ni más verdadero.

Esta es una manera especial de tener miedo
Sin trucos. La religión solía intentar,
Ese brocado de música apolillada
Creada para pretender que nunca morimos,
Con esa cosa especiada que decía: Ningún ser racional
Puede temer una cosa que no va a sentir; sin darse cuenta
Que es precisamente lo que tememos —sin vista,
Sin sonido, sin tocar o probar u oler, nada qué pensar,
Nada qué amar ni qué relacionar,
La forma anestésica de donde nadie vuelve.

Y así se queda justo en el filo de la mirada,
Una pequeña mancha fuera de foco, un calosfrío persistente
Que ralentiza cada impulso hasta indecisión.
La mayoría de las cosas nunca van a suceder: pero esta sí
Y saberlo aviva el miedo cuando nos encuentra
Sin gente o sin alcohol. El valor de nada sirve:
Sólo para no asustar a los demás. La valentía
A nadie ha salvado de la tumba.
La muerte no distingue si suplicas o resistes.

Lentamente la claridad se acentúa, y la habitación toma forma.
Simple como un guardarropa, lo que sabemos,
Lo que siempre hemos sabido, aquello de lo que no podemos escapar,
Y tampoco aceptar. Debemos irnos.
Mientras tanto los teléfonos se agazapan, listos para sonar
En oficinas cerradas, y todo el mundo
Intrincado, indiferente y rentado comienza a levantarse.
El cielo es blanco como la cal, sin sol,
Hay trabajo por hacer.
Los carteros, como los médicos, van de casa en casa.
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lunes, 18 de abril de 2016

Invocación a Joyce - Jorge Luis Borges


Dispersos en dispersas capitales,
solitarios y muchos,
jugábamos a ser el primer Adán
que dio nombre a las cosas.
Por los vastos declives de la noche
que lindan con la aurora,
buscamos (lo recuerdo aún) las palabras
de la luna, de la muerte, de la mañana
y de los otros hábitos del hombre.
Fuimos el imagismo, el cubismo,
los conventículos y sectas
que las crédulas universidades veneran.
Inventamos la falta de puntuación,
la omisión de mayúsculas,
las estrofas en forma de paloma
de los bibliotecarios de Alejandría.
Ceniza, la labor de nuestras manos
y un fuego ardiente nuestra fe.
Tú, mientras tanto, forjabas
en las ciudades del destierro,
en aquel destierro que fue
tu aborrecido y elegido instrumento,
el arma de tu arte, 
erigías tus arduos laberintos,
infinitesimales e infinitos,
admirablemente mezquinos,
más populoso que la historia.
Habremos muerto sin haber divisado
la biforme fiera o la rosa
que son el centro de tu dédalo,
pero la memoria tiene sus talismanes,
sus ecos de Virgilio,
y así en las calles de la noche perduran
tus infiernos espléndidos,
tantas cadencias y metáforas tuyas,
los oros de tu sombra.
Qué importa nuestra cobardía si hay en la tierra
un sólo hombre valiente,
qué importa la tristeza si hubo en el tiempo
alguien que se dijo feliz,
que importa mi perdida generación,
ese vago espejo,
si tus libros la justifican.
Yo soy los otros. Yo soy todos aquellos
que ha rescatado tu obstinado rigor.
Soy los que no conoces y los que salvas.

lunes, 11 de abril de 2016

Y uno aprende - Veronica A. Shoffstall

"Y uno aprende...
Después de un tiempo,
uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano y encadenar un alma.
Y uno aprende...
que el amor no significa acostarse
y una compañía no significa seguridad.
Y uno empieza aprender...
Que los besos no son contratos
y los regalos no son promesas.
Y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos.
Y uno aprende...
a construir todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes,
y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.
Y después de un tiempo uno aprende...
que si es demasiado, hasta el calorcito del sol quema.

Y aprende...
a plantar su propio jardín y decorar su propia alma,
en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.

Y uno aprende...
que realmente puede aguantar,
que uno realmente es fuerte,
que uno realmente vale.

Y uno aprende y aprende...
y con cada adiós uno aprende.
Con el tiempo aprendes que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro,
significa que tarde o temprano querrás volver a tu pasado.
Con el tiempo comprendes que solo quien es capaz de amarte con tus defectos,
sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.
Con el tiempo te das cuenta de que si estas al lado de esa persona solo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás no deseando volver a verla. Con el tiempo entiendes que los verdaderos amigos son contados,
y que el que no lucha por ellos tarde o temprano se verá rodeado solo de amistades falsas.
Con el tiempo también aprendes que las palabras dichas en un momento de ira
pueden seguir lastimando a quien heriste, durante toda la vida.
Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace,
pero perdonar es solo de almas grandes.
Con el tiempo te das cuenta de que aunque seas feliz con tus amigos,
algún día llorarás por aquellos que dejaste ir.
Con el tiempo te das cuenta de que cada experiencia vivida con cada persona es irrepetible.
Con el tiempo comprendes que apresurar las cosas o forzarlas a que pasen
ocasionará que al final no sea como esperabas.
Con el tiempo te das cuenta de que en realidad lo mejor no era el futuro,
sino el momento que estabas viviendo justo en ese único instante. Con el tiempo verás que aunque seas feliz con los que están a tu lado,
extrañarás inmensamente a los que ayer estaban contigo y ahora se han marchado.

Y aprendes que hay 3 momentos en la Vida que uno no puede remediar:
La oportunidad que dejaste pasar,
la cita a la que no asististe,
la ofensa que ya pronunciaste.

Con el tiempo también aprendes sobre El dinero... y entonces comprendes que:
Puedes comprarte una Casa, pero no un Hogar,
Puedes comprarte una Cama, pero no hacerte Dormir,
Puedes comprarte un Reloj, pero no te dará el Tiempo,
Puedes comprarte un Libro, pero no Conocimiento o lo que necesitas aprender,
Puedes comprarte una Posición, pero no sirve para tener Respeto,
Puedes comprarte Medicinas y pagar la consulta al médico, pero no te da Salud,
Puedes comprarte Sangre, pero no Vida,
Puedes comprarte Sexo, pero no Amor.
Con el tiempo también aprendes que la vida es aquí y ahora,
y que no importa cuantos planes tengas, el mañana no existe y el ayer tampoco.
Con el tiempo aprenderás que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser amigo,
ante una tumba, ya no tiene ningún sentido. Pero desafortunadamente, todo esto lo aprendes sólo con el tiempo.

lunes, 4 de abril de 2016

Los dolores del dormir - Samuel Taylor Coleridge


¡Antes de que sobre el lecho descanse los miembros,
no ha sido mi costumbre rezar
con los labios emocionados o rodillas dobladas;
sino calladamente, paso a paso,
mi espíritu yo al amor sosiego,
con confianza humilde mis párpados cierro,
con resignación reverencia,
sin concebir deseo, ni expresar pensamiento!
Sólo un sentido de súplica.
Un sentido sobre toda el alma impreso
que soy débil, sin embargo no maldito,
ya que en mí, a mi alrededor, por todas partes
están la fortaleza y la sabiduría eternas.
Pero ayer por la noche recé en voz alta
con angustia y con agonía,
desde la multitud demoníaca
de formas y pensamientos que me torturaban:
¡rojiza luz, atropellante tropel,
Sentimiento de mal intolerable,

Y a quienes despreció, sólo esos fuertes!
¡Sed de venganza, la voluntad impotente
aún confundida y, sin embargo, ardiendo aún!
Deseo con aversión extrañamente mezclado,
establecido sobre salvajes u odiosos objetos.
‘Fantásticas pasiones! ¡Reyerta enloquecedora!
¡Y vergüenza y terror sobre todo!
acciones para ser escondidas no estaban escondidas,
que todo confundido no sabía yo si las había sufrido o infligido:

pues todo parecía culpa, remordimiento o pena,
las mías propias o las de otros eran el mismo
temor que ahoga la vida, vergüenza que ahoga el alma.
Así pasaron dos noches: el desmayo de la noche
entristecía y aturdía el día que llegaba.
Dormir, la vasta bendición, me parecía
la peor calamidad de la destemplanza.

La tercera noche, cuando mi propio grito fuerte
me despertó del sueño diabólico,
dominado por sufrimientos extraños y salvajes,
lloré como si hubiera sido un niño;
y habiendo así vencido por las lágrimas
mi angustia, hacia un ánimo más templado,
tales castigos, dije, eran debidos
a las naturalezas más profundamente manchadas por el pecado:
pues siempre agita de nuevo

el infierno insondable dentro
el horror de sus acciones a la vista,
para conocerlas y aborrecerlas; sin embargo, ¡desearlas y
hacerlas!
Tales dolores con tales hombres bien se acuerdan,
pero, ¿por qué, por qué caen sobre mí?
Ser amado es todo lo que necesito,
y a quien amo, en verdad amo.