viernes, 18 de octubre de 2013

He fracasado como emigrante...

En el primer aniversario de mi regreso a Venezuela aún me despierto en las noches con la angustiosa pregunta que titula esta nota. He escuchado y leído sobre muchas historias de éxito, por lo que recurrentemente pienso si acaso mi historia fue un fracaso. Ha sido esté un fantasma que sale a tocarme las palmas cada vez que la situación país me abraza ahuyentando mis ideas de peregrinar...

Mi intento de emigración en particular no fue una verdadera emigración, fue un tibio ensayo de albergarme en otras tierras. Nunca queme mis naves, solo me consumí el dinero obtenido por la venta de mi vehículo y los ahorros de mi época de estudiante. De hecho, esa prueba fue solo una estancia por estudios de casi un año, que conllevo una preparación de aproximadamente 9 meses previos y que al regresar me consumió 3 meses de resiliencia.

La preparación al viaje previa consistió en una lucha: luchar por conseguir una universidad que se ajustara a mis objetivos, luchar contra la burocracia y cumplir con todos los documentos requeridos, luchar contra mis miedos y los de mi familia, luchar con... siendo en conjunto una carrera de obstáculos, una tarea titánica. Fueron días, semanas, meses de ir de puerta en puerta, haciendo un rally de diligencias hasta alcanzar finalmente LA META: legalizar todos los documentos de mi carrera universitaria, obtener una plaza en una Universidad del primer mundo, conseguir visa de estudiante, comprar boleto aéreo y una de las cosas más importantes para cumplir esa etapa: mi cupo CADIVI.

(Creo que ya he descrito la experiencia en el aeropuerto de Maiquetía el año pasado) Llegar a Barajas fue un vendaval de emociones, no podía creer que mis pies tocaran el viejo mundo. En tan solo 23 kg de equipaje estaba resumida mi vida, suficiente dotación para cumplir en un año sueños y metas. Después de ese primer contacto con mi nueva realidad, la travesía a Valencia no pudo ser mejor y en tan solo horas contaba incluso un nuevo número telefónico, permitiéndome estar en contacto con mi familia y con el país del que huía.

Valencia, mi nuevo hogar, mi lugar de estancia, fue un camino de flores, cuando llegue el clima de otoño era maravilloso, en el lento transcurrir del tiempo veía como los arboles perdían sus hojas en su preparación para darle la bienvenida al invierno, y con el paso de las estaciones crecían mis esperanzas de establecerme en estas latitudes. Toda la comida era una experiencia digna a explorar, la ciudad me mostrabas sus secretos, aunque poca gente local se abría a compartir y dejarse conocer. Tan pronto llego la primavera, con el calor del sol me aventure a conocer otras ciudades, algunas más grandes, otras más pequeñas, pero todas igual de maravillosas y espectaculares para volver a sentir el subidón inicial de adrenalina.

Las clases en la universidad me fueron desilusionando sutil y progresivamente, cada día transcurría en una rutina de soledad y añoranza peor que la anterior. Además, mi curso de preparación al MIR 2013 no era muy diferente, mis compañeros muchos más jóvenes (les llevaba casi una década de diferencia en edad a la mayor parte de los postulantes) no me sentía integrado. 

Pero aun así yo, un extracomunitario, con título de Licenciado en Medicina (homologado), especialista en Ginecologia y Obstetricia titulo incompatible con una futura homologacion a su equivalente español, por haberlo obtenido en un tiempo de formación menor, entre otras cosas. Seguia con ganas de no dejarme vencer, y seguia con la ilusión que me hizo ir a esas tierras, seguia siendo el mismo "sudaca" con ganas de alcanzar "el suño español".

A pesar de todo, siempre trataba de mantener mis ilusiones muy en alto. En el momento en que debía realizar mis prácticas profesionales del Máster, pensé que alejándome del ambiente más juvenil del curso preparatorio para el MIR me sentiría mejor, pero aunque inicialmente fue así, al finalizar las practicas no tenía ningún nuevo amig@ en la universidad, y se vino el retorno a Valencia.
 
Con las prisas de la tesis no tuve tiempo para percatarme que había llegado el verano, el calor me avisaba que se encontraba finalizando una de las etapas más deseadas de mi vida. Verano en el que la juerga estuvo acompañada por algunos de los escasos amigos cultivados en las clases de la universidad, el curso de valenciano, el curso preparatorio al MIR, Couch Surfing, algún compañero de “piso”, en fin, sin haber forjado ningún vínculo solido que hiciera permanente mi estancia, el fantasma de la soledad llegó a tocar mis palmas.

Al finalizar el Máster en Reproducción, no llovieron y ni siquiera hubo alguna oportunidad lejana de una oferta laboral, no contaba con un visado diferente al de estudiante y no tenía esperanzas inmediatas de que esa situación fuese a cambiar. No quería seguir viviendo como un estudiante que a pesar de rondar mi tercera década de vida, tenia que compartir “piso”, asistir a clases preparatorias al MIR con personas que recién salían de la adolescencia, algunos simples estudiantes del último año de la carrera, con todo lo que implica ser “el más viejo del grupo” prepararse para un postgrado el cual no quisiera tener que volver a realizar y con pensamientos negativos de que el número de plazas han disminuido nuevamente para extracomunitarios, todas estas ideas minaron mi moral.

Con la cabeza baja por la soledad y la morriña, la mala situación económica española, sin contar la que aún azota mi país (a pesar de los que aún no la quieren ver como tal), y por no estar ni cerca de conseguir mis  sueño "europeo",  pero no el que estaba viviendo, sino el que estaba en mi cabeza, ese en el que un profesional altamente capacitado (no importando su lugar de origen, ni la universidad de la que egresa) encontra trabajo en el primer mundo, en su área de conocimiento, con un sueldo bien remunerado que le permita ahorrar, adquirir vivienda, carro, viajes, etc., me llevo a no tener ganas de volver a hacer un de nuevo un postgrado en una especialidad que ya tenía, particularmente después de todo lo que me había esforzado por conseguir el titulo de Obstetra y Ginecologo en Venezuela, el cual era uno de mis principales logros y orgullos, pero que para España no tenía valor alguno por no ser homologable, sin contar con el que fue mi catapulta para establecerme en esas tierras.

En un arrebato de esperanzas infantiles, orgullo desmedido o mamitis desbordada decidí suspender mi preparación para el MIR y regresar a Venezuela, ilusionado en que no hay mejor lugar para estar que en la tierra en donde nací y crecí, también pensando como El Alquimista que tal vez en Venezuela encontraría finalmente lo que buscaba y que España en ese momento no me estaba ofreciendo.
No me arrepiento de regresar, tampoco de haberme ido, aunque rememoro que esa gran experiencia de mi vida que me costó dos años, un coche y 500 gigabytes de fotografías, y que cada octubre me recuerda cuan valiente fui en ese momento por haber tomado la decisión de desplazarme en la búsqueda de mi sueño, pienso que finalmente la suerte es para quien la busca, aunque en ese caso no la encontre... fue como yo la quería.






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