Mi intento de emigración en particular no fue
una verdadera emigración, fue un tibio ensayo de albergarme en otras tierras.
Nunca queme mis naves, solo me consumí el dinero obtenido por la venta de mi
vehículo y los ahorros de mi época de estudiante. De hecho, esa prueba fue solo
una estancia por estudios de casi un año, que conllevo una preparación de
aproximadamente 9 meses previos y que al regresar me consumió 3 meses de
resiliencia.
La preparación al viaje previa consistió en
una lucha: luchar por conseguir una universidad que se ajustara a mis
objetivos, luchar contra la burocracia y cumplir con todos los documentos
requeridos, luchar contra mis miedos y los de mi familia, luchar con... siendo
en conjunto una carrera de obstáculos, una tarea titánica. Fueron días,
semanas, meses de ir de puerta en puerta, haciendo un rally de diligencias
hasta alcanzar finalmente LA META: legalizar todos los documentos de mi
carrera universitaria, obtener una plaza en una Universidad del primer mundo,
conseguir visa de estudiante, comprar boleto aéreo y una de las cosas más
importantes para cumplir esa etapa: mi cupo CADIVI.
(Creo que ya he descrito la experiencia en el
aeropuerto de Maiquetía el año pasado) Llegar a Barajas fue un vendaval de
emociones, no podía creer que mis pies tocaran el viejo mundo. En tan solo 23
kg de equipaje estaba resumida mi vida, suficiente dotación para cumplir en un
año sueños y metas. Después de ese primer contacto con mi nueva realidad, la travesía
a Valencia no pudo ser mejor y en tan solo horas contaba incluso un nuevo
número telefónico, permitiéndome estar en contacto con mi familia y con el país
del que huía.
Valencia, mi nuevo hogar, mi lugar de
estancia, fue un camino de flores, cuando llegue el clima de otoño era
maravilloso, en el lento transcurrir del tiempo veía como los arboles perdían
sus hojas en su preparación para darle la bienvenida al invierno, y con el paso
de las estaciones crecían mis esperanzas de establecerme en estas latitudes.
Toda la comida era una experiencia digna a explorar, la ciudad me mostrabas sus
secretos, aunque poca gente local se abría a compartir y dejarse conocer. Tan
pronto llego la primavera, con el calor del sol me aventure a conocer otras
ciudades, algunas más grandes, otras más pequeñas, pero todas igual de
maravillosas y espectaculares para volver a sentir el subidón inicial de
adrenalina.
Las
clases en la universidad me fueron desilusionando sutil y progresivamente, cada
día transcurría en una rutina de soledad y añoranza peor que la anterior. Además,
mi curso de preparación al MIR 2013 no era muy diferente, mis compañeros muchos más jóvenes (les llevaba casi una década de diferencia en edad a la
mayor parte de los postulantes) no me sentía integrado.
Pero aun así yo, un
extracomunitario, con título de Licenciado en Medicina (homologado), especialista en Ginecologia y Obstetricia titulo incompatible con una futura homologacion a su equivalente español, por haberlo obtenido en un tiempo de formación menor, entre otras cosas. Seguia con ganas de no dejarme vencer, y seguia con la ilusión que me hizo ir a esas tierras, seguia siendo el mismo "sudaca" con ganas de alcanzar "el suño español".
A pesar de todo, siempre trataba de mantener
mis ilusiones muy en alto. En el momento en que debía realizar mis prácticas
profesionales del Máster, pensé que alejándome del ambiente más juvenil del
curso preparatorio para el MIR me sentiría mejor, pero aunque inicialmente fue
así, al finalizar las practicas no tenía ningún nuevo amig@ en la universidad, y
se vino el retorno a Valencia.
Con
las prisas de la tesis no tuve tiempo para percatarme que había llegado el
verano, el calor me avisaba que se encontraba finalizando una de las etapas más
deseadas de mi vida. Verano en el que la juerga estuvo acompañada por algunos
de los escasos amigos cultivados en las clases de la universidad, el curso de valenciano,
el curso preparatorio al MIR, Couch Surfing, algún compañero de “piso”, en fin,
sin haber forjado ningún vínculo solido que hiciera permanente mi estancia, el fantasma de la soledad llegó a tocar mis palmas.
Al finalizar el Máster en Reproducción, no
llovieron y ni siquiera hubo alguna oportunidad lejana de una oferta laboral,
no contaba con un visado diferente al de estudiante y no tenía esperanzas
inmediatas de que esa situación fuese a cambiar. No quería seguir viviendo como
un estudiante que a pesar de rondar mi tercera década de vida, tenia que compartir
“piso”, asistir a clases preparatorias al MIR con personas que recién salían de
la adolescencia, algunos simples estudiantes del último año de la carrera, con
todo lo que implica ser “el más viejo del grupo” prepararse para un postgrado
el cual no quisiera tener que volver a realizar y con pensamientos negativos de
que el número de plazas han disminuido nuevamente para extracomunitarios, todas
estas ideas minaron mi moral.
Con la cabeza baja por la soledad y la
morriña, la mala situación económica española, sin contar la que aún azota mi
país (a pesar de los que aún no la quieren ver como tal), y por no estar ni
cerca de conseguir mis sueño "europeo", pero no el que estaba viviendo, sino el
que estaba en mi cabeza, ese en el que un profesional altamente capacitado (no
importando su lugar de origen, ni la universidad de la que egresa) encontra trabajo en el primer mundo, en su área de
conocimiento, con un sueldo bien remunerado que le permita ahorrar,
adquirir vivienda, carro, viajes, etc., me llevo a no tener ganas de volver a
hacer un de nuevo un postgrado en una especialidad que ya tenía, particularmente después de todo lo que me había esforzado por conseguir el titulo de Obstetra y Ginecologo en Venezuela, el cual era uno de mis principales logros y orgullos, pero que
para España no tenía valor alguno por no ser homologable, sin contar con el que
fue mi catapulta para establecerme en esas tierras.
En un arrebato de esperanzas infantiles,
orgullo desmedido o mamitis desbordada decidí suspender mi preparación para el
MIR y regresar a Venezuela, ilusionado en que no hay mejor lugar para estar
que en la tierra en donde nací y crecí, también pensando como El Alquimista que
tal vez en Venezuela encontraría finalmente lo que buscaba y que España en ese
momento no me estaba ofreciendo.
No me arrepiento de regresar, tampoco de
haberme ido, aunque rememoro que esa gran experiencia de mi vida que me costó
dos años, un coche y 500 gigabytes de fotografías, y que cada octubre me
recuerda cuan valiente fui en ese momento por haber tomado la decisión de
desplazarme en la búsqueda de mi sueño, pienso que finalmente la suerte es para
quien la busca, aunque en ese caso no la encontre... fue como yo la quería.