
¿Has
pensado bien en lo que ha de ser tu vida? Tendrás que renunciar a la
vida privada; mientras la mayoría de los ciudadanos pueden, terminada su
tarea, aislarse lejos de los inoportunos, tu puerta quedará siempre
abierta a todos; a toda hora del día o de la noche vendrán a turbar tu
descanso, tus placeres, tu meditación; ya no tendrás hora que dedicar a
la familia, a la amistad o al estudio; ya no te pertenecerás.
Los
pobres, acostumbrados a padecer, no te llamarán sino en casos de
urgencia; pero los ricos te tratarán como esclavo encargado de remediar
sus excesos; sea porque tengan una indigestión, sea porque estén
acatarrados; harán que te
despierten a toda prisa tan pronto como sientan la menor inquietud, pues
estiman en muchísimo su persona. Habrás de mostrar interés por los
detalles más vulgares de su existencia, decidir si han de comer ternera o
cordero, si han de andar de tal o cual modo cuando se pasean. No podrás
ir al teatro, ausentarte de la ciudad, ni estar enfermo; tendrás que
estar siempre listo para acudir tan pronto como te llame tu amo.
Eras
severo en la elección de tus amigos; buscabas a la sociedad de los
hombres de talento, de artistas, de almas delicadas; en adelante, no
podrás desechar a los fastidiosos, a los escasos de inteligencia, a los
despreciables. El malhechor tendrá tanto derecho a tu asistencia como el
hombre honrado; prolongarás vidas nefastas, y el secreto de tu
profesión te prohibirá impedir crímenes de los que serás testigo.
Tienes
fe en tu trabajo para
conquistarte una reputación; ten presente que te juzgarán, no por tu
ciencia, sino por las casualidades del destino, por el corte de tu capa,
por la apariencia de tu casa, por el número de tus criados, por la
atención que dediques a las charlas y a los gustos de tu clientela. Los
habrá que desconfiarán de ti si no gastas barbas, otros si vienes de
Asia; otros si crees en los dioses; otros, si no crees en ellos.
Te
gusta la sencillez; habrás de adoptar la actitud de un augur. Eres
activo, sabes lo que vale el tiempo, no habrás de manifestar fastidio ni
impaciencia; tendrás que soportar relatos que arranquen del principio
de los tiempos para explicarte un cólico; ociosos te consultarán por el
solo placer de charlar. Serás el vertedero de sus disgustos, de sus
nimias vanidades.
Sientes pasión por la verdad; ya no podrás
decirla. Tendrás que ocultar a
algunos la gravedad de su mal; a otros su insignificancia, pues les
molestaría. Habrás de ocultar secretos que posees, consentir en parecer
burlado, ignorante, cómplice.

Aunque la medicina es una ciencia
oscura, a quien los esfuerzos de sus fieles van iluminando de siglo en
siglo, no te será permitido dudar nunca, so pena de perder todo crédito.
Si no afirmas que conoces la naturaleza de la enfermedad, que posees un
remedio infalible para curarla, el vulgo irá a charlatanes que venden
la mentira que necesita.
No cuentes con agradecimiento; cuando el
enfermo sana, la curación es debida a su robustez; si muere, tú eres el
que lo ha matado. Mientras está en peligro te trata como un dios, te
suplica, te promete, te colma de halagos; no bien está en convalecencia,
ya le estorbas, y cuando se trata de pagar los cuidados que le has
prodigado, se enfada y te
denigra.
Cuanto más egoístas son los hombres, más solicitud
exigen del médico. Cuanto más codiciosos ellos, más desinteresado ha de
ser él, y los mismos que se burlan de los dioses le confieren el
sacerdocio para interesarlo al culto de su sacra persona. La ciudad
confía en él para que remedie los daños que ella causa. No cuentes con
que ese oficio tan penoso te haga rico; te lo he dicho: es un
sacerdocio, y no sería decente que produjera ganancias como las que
tiene un aceitero o el que vende lana. Te compadezco si sientes afán por
la belleza; verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana;
todos tus sentidos serán maltratados. Habrás de pegar tu oído contra el
sudor de pechos sucios, respirar el olor de míseras viviendas, los
perfumes harto subidos de las cortesanas, palpar tumores, curar llagas
verdes de pus, fijar tu mirada y tu olfato en
inmundicias, meter el dedo en muchos sitios. Cuántas veces, un día
hermoso, lleno de sol y perfumado, o bien al salir del teatro, de una
pieza de Sófocles, te llamarán para un hombre que, molestado por los
dolores de vientre, pondrá ante tus ojos un bacín nauseabundo,
diciéndote satisfecho: "Gracias a que he tenido la preocupación de no
tirarlo". Recuerda, entonces, que habrá de parecer que te interese mucho
aquella deyección. Hasta la belleza misma de las mujeres, consuelo del
hombre, se desvanecerá para ti. Las verás por las mañanas desgreñadas,
desencajadas, desprovistas de sus bellos colores y olvidando sobre los
muebles parte de sus atractivos. Cesarán de ser diosas para convertirse
en pobres seres afligidos de miserias sin gracia. Sentirás por ellas más
compasión que deseos. ¡Cuántas veces te asustarás al ver un cocodrilo
adormecido en el fondo de la fuente de
los placeres!
Tu vida transcurrirá como la sombra de la muerte,
entre el dolor de los cuerpos y de las almas, entre los duelos y la
hipocresía que calcula a la cabecera de los agonizantes; la raza humana
es un Prometeo desgarrado por los buitres.

Te verás solo en tus
tristezas, solo en tus estudios, solo en medio del egoísmo humano. Ni
siquiera encontrarás apoyo entre los médicos, que se hacen sorda guerra
por interés o por orgullo. Únicamente la conciencia de aliviar males
podrá sostenerte en tus fatigas. Piensa mientras estás a tiempo; pero si
indiferente a la fortuna, a los placeres de la juventud; si sabiendo
que te verás solo entre las fieras humanas, tienes un alma bastante
estoica para satisfacerse con el deber cumplido sin ilusiones; si te
juzgas bien pagado con la dicha de una madre, con una cara que te sonríe
porque ya no padece, o con la paz
de un moribundo a quien ocultas la llegada de la muerte; si ansías
conocer al hombre, penetrar todo lo trágico de su destino, ¡hazte
médico, hijo mío!